lunes

Lo horizontal de la pared es el piso

El que entra dice que afuera deben hacer uno dos grado menos. Y todos pensamos en la ganancia, en esa victoria provisoria contra el frío. Estar, estamos debajo de un andamio que devino techo. Por persistencia en el agrupamiento, en parte, pero más deudores -si lo somos- al desalojo civil y desamparo económico. Nosotros festejar, festejamos el cartón en el piso. Agradecer, agradecemos la ropa seca.
La atención está, para los que tenemos un ojo abierto, en el envase cúbico y alargado que sostiene el recién llegado. Por estar quieto y ya adentro, la acción que lo definía deja de hacerlo y el elemento que para el resto lo significa es ahora la única materia del espíritu que les ha sido revelada a los mortales: el Vino. Su mano derecha abraza el envase de cartón, trofeo de kiosko y trampolín al bienestar. Un Tetra que suponemos de blanco y que por la firmeza e integridad de la forma que mantiene el endeble material, sospechamos lleno.
El elemento es definitorio y definitivo. Introduce un orden por todos reconocible y así, nos organiza. El vino pasa de mano en mano. Traza un círculo que preferimos llamar ronda y nos iguala en ese momento de belleza incuestionable: el Beso en la tapa plástica que arrima el líquido a los labios. Cada cual, más o menos grados, empina el pico y experimenta más o menos grados esa religiosidad.
La bebida fría produce un punzante cosquilleo a lo largo de la espalda y regresa derramando calor en la misma línea que trazó. Una sensación que anárquica, se comprueba a sí misma en nuestro cuerpo. Algunos ya no sabemos quién sostiene a quién, si la botella a nosotros o nosotros a ella. Pero hay un convencimiento, digamos, de un elemento que transmite su verticalidad y entereza al otro. Como si el piso, en el que estamos todos mejor o peor acostados, ofreciera transitivamente su horizontalidad a la pared. O al revés, la pared al piso.

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