Alguno sale para que no entren. Documento no tenemos, nombre tuvimos pero hace tiempo sólo respondemos a nuestro apodo y por esa misma época también el trabajo nos perdió. Nada que nos vuelva legibles. Somos de otro orden, comisario.
Sin embargo, el poder soberanea las interpretaciones y quiere mostrarse. Elige algunos golpes. Verificar la fortaleza del bastón en nuestra espalda o estómago, por ejemplo.
Después de un rato, se van. Y después de un tiempo, vuelven.
Quizás porque allí donde intentan reconocer su poder en la escritura del maltrato, el silencio de nuestro cuero ajusticia lo intraducible de nuestra experiencia. ¡Ilegibles!